Lorca


Lorca, epicentro del pánico y la muerte.

El 11 de mayo de 2011 un terremoto de magnitud 5,1 escala Richter sacudió la ciudad murciana de Lorca. 10 personas muertas y decenas heridas estaban en el epicentro del terror sembrado entre la población. En las inmediaciones de la localidad el tráfico era intenso; los vehículos circulaban en todas direcciones. Sus ocupantes intentaban escapar de la ciudad; buscar cobijo en otros lugares donde tuvieran familiares o amigos. Llegar hasta el lugar de la tragedia para cubrir informativamente el suceso para la agencia REUTERS y el Diario El País era una odisea.

El encuentro fue desolador. En la barriada de La Viña, la más afectada, la atmosfera estaba cargada de pánico: personas deambulando como sonámbulas por las calles sembradas de cascotes, coches semienterrados y cornisas llovidas de las alturas. Las luces de emergencias y las sirenas eran incesantes. A unos cien metros de la avenida principal, por una bocacalle asoma un trozo de cielo donde debería de haber una fachada de ladrillo: una mujer mezcla gritos y llantos mientras se dirige a un agente. Los restos del edificio un gigante desvanecido transformado en acordeón, mortales pliegues de ladrillo que en su brusca caída dejan para siempre sin aliento a una madre, protegiendo a sus dos hijos, vidas aplastadas en un instante.

Descargar las fotos en el ordenador, editarlas y transmitirlas a la redacción parece una eternidad. De pronto, un extraño silencio, crack, se viene una replica, mareo, sensación de vuelo. La angustia campa a sus anchas por los rostros de los deambulantes, todos al centro de la calle a buscar el despejado cielo, nadie junto a los soportales que ya las cornisas se han cobrado las vidas de los que corrieron bajo los edificios o escapaban de sus entrañas.

Hay que dirigirse a la explanada del polideportivo, una legión de bomberos, policías y voluntarios de organizaciones con Cruz Roja y Protección Civil a la cabeza intentan hacer su trabajo, reina el caos, se solicita calma mientras se reparten mantas y alimentos, esta noche demasiados dormirán al raso, si es que acaso pueden, si no, solo habrá relativo descanso. Cuatro frenéticos días de caminatas tropezando constantemente con el pánico, edificios señalados con un punto rojo en sus cimientos, en peligro de derrumbe, el paisaje grotesco y vecinos desolados por la tragedia deseosos de contar su angustia y mostrar el drama de sus vidas. Vidas truncadas, familias arruinadas.

A la semana, en un campamento habilitado con material militar, los médicos inyectan vacunas en los brazos de los que llegan sin nada, colas para alimentarse, el drama se mezcla con el polvo mientras los niños juguetean entre las tiendas de lona verde, la sombra del terror continua presente, la desolación se vislumbra en las miradas, miradas sin rumbo con una incógnita como único destino.

Pasado un año continúa la tragedia, muchas vidas sortean los puntales metálicos que sostienen los techos, la vida discurre junto a las grietas que esperan ser reparadas, el dolor acompaña a las familias con vidas segadas.